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El 85% de los casos de muerte súbita se deben a causas cardiacas,

..... especialmente a infartos agudos de miocardio.
El 30% de estas muertes se podrían evitar con la implantación de desfibriladores en espacios públicos.

Los extintores de incendios se han incorporado a nuestra realidad cotidiana sin que apenas les prestemos atención. Los cardiólogos insisten desde hace años en que se siga el mismo proceso con los desfibriladores semiautomáticos.
 
Este equipamiento médico puede salvar la vida a personas cuya primera señal de riesgo de sufrir muerte súbita es la propia muerte súbita.

Según los expertos, la causa cardiaca está detrás del 85% de los casos de muerte súbita. Cuando el afectado es menor de 30 años, suele asociarse a una cardiopatía congénita o
enfermedad de transmisión genética, mientras que si es mayor de 30 años está relacionada con la cardiopatía isquémica, una enfermedad degenerativa de las arterias coronarias.

La más habitual es el infarto agudo de miocardio (IAM), que cada vez aparece en edades más tempranas, debido al estilo de vida actual, a menudo reñido con la salud cardiovascular.

La edad en la que aumentan las posibilidades de padecer un infarto se establece, en el caso de los hombres, a partir de los 45 años. En cuanto a las mujeres, que antes se las consideraba protegidas hasta los 65 años debido a la acción de los estrógenos, ahora pueden sufrir uno de estos ataques cardiacos a los 52 ó 53 años. Esta ampliación de la edad de riesgo se atribuye a la asimilación de los estilos de vida perjudiciales, tradicionalmente masculinos. Además, el infarto que ataca al corazón femenino es más grave.

La carta de presentación de la muerte súbita es muy evidente y llamativa. Lo más habitual es que el paciente sufra una pérdida de conocimiento y caiga fulminado al suelo. Puede que muchos de estos desmayos se produzcan por una lipotimia, pero otros tienen su origen en un fallo cardiaco. Si es así, a partir de ese momento, cada minuto que pasa es de vital importancia.

La vida de esa persona depende de la celeridad con que se actúe. Si existe alguna posibilidad de resucitarla, ese intento debe realizarse antes de 10 minutos: las opciones de supervivencia se reducen un 10% cada minuto que transcurre.

Pasado ese breve lapso de tiempo, la capacidad de reanimación es cada vez más remota. Lo ideal sería desfibrilar en sólo cuatro minutos, porque a partir de ese momento el riesgo de sufrir un daño cerebral o neurológico se multiplica.

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